Entre los primeros en abrazar la Nueva Era hay figuras
estelares de múltiples y variadas disciplinas, como Abraham Maslow,
Gregory Bateson, Margaret Mead, Carl Rogers, Aldous Huxley, Paul Tillich,
y Shirley MacLaine, entre otros. Una de sus principales plumas, Marilyn
Ferguson, verdadera arquitecta de la Nueva Era1)
anunció en su libro La Conspiración de Acuario
que había llegado la hora de abandonar la “Era de Piscis”
y de entrar en una “nueva era” astronómica gobernada
por una conciencia universal y diferente. La Nueva Era asimila la cosmovisión
oriental en su propio contexto sociocultural. En un momento de la historia
marcado por angustias espirituales,2)
la Nueva Era ofrece mística religiosa en un vestido encantador:
horóscopos, meditaciones, cristales, y misticismo oriental.3)
En su médula, la Nueva Era integra una religiosidad que mezcla
sugestiones, magia, reverencia por la naturaleza, y una búsqueda
por lo nuevo y lo anómalo, ofreciendo su pretendida “auténtica”
experiencia espiritual.
Pero, ¿cuáles son algunas de las características
primarias de este fenómeno de la Nueva Era? Primero, es extremadamente
diverso. Incluye aspectos tan amplios como el espiritismo, la teosofía,
el ocultismo, la astrología, el trascendentalismo y la curación
mental.
Segundo, incluye tendencias de movimientos sociológicos
contemporáneos, como el anarquismo y el hedonismo de los ‘60,
la filosofía Zen, el romanticismo naturalista y el misticismo oriental.
En gran parte, este ambiente nuevaerista fue preparado por el movimiento
contracultural beatnik de la posguerra americana, cuyo espíritu
anarquista y rebelde influyó en la aparición, en la década
de los ‘60, de los hippies, cuyos slogans predicaban pacifismo,
hedonismo, misticismo, orientalismo, romanticismo naturalista, uso y abuso
de drogas, y que se expresó como una utopía mundial cuyas
consignas manifiestas eran peace and love.
Tercero, la Nueva Era ha revertido la tendencia rebelde
y contestataria de los ‘60 para presentarse como una experiencia
significativa e integrada que afirma el potencial del individuo, permite
un estilo de vida burgués, y provee un disfraz religioso para tales
actividades.
Cuarto, la Nueva Era es religiosa en sus pretensiones.
Pero la religión existe en un ambiente relativista en el cual nadie
presume tener toda la verdad. Es la religión de los buenos deseos
y el amor, que pide pocas exigencias y sólo ofrece recompensas.
No hay en ésta lugar alguno para la Cruz, para la gracia divina,
ni para la responsabilidad humana, elementos primordiales del cristianismo
bíblico.
Quinto, la Nueva Era, alineándose con la posición
antihistoricista del Postmodernismo, es desestructurante de la realidad.
Lo logra por medio de dos conceptos: el karma y la reencarnación.
En la base del karma yace “la convicción inamovible
de que no hay felicidad ni miseria inmerecidas, que cada hombre da forma
a su propia fortuna hasta el más mínimo detalle”.4)
Todo lo que sucede es debido al karma; es la fuerza que gobierna
la vida. La reencarnación, otro principio de la Nueva Era, niega
la realidad de la muerte y afirma la inmortalidad del alma. La vida humana
nunca muere, sino que se mueve de existencia en existencia, en diferentes
formas y niveles de conciencia, hasta alcanzar una última etapa
en la que se llega a ser una misma cosa con Dios. Las buenas obras son
la clave para la progresión ascendente en la reencarnación.
Postmodernismo y Nueva Era
Habiendo repasado algunas de las notas básicas
que caracterizan al Postmodernismo y a la Nueva Era, y luego de haber
examinado cómo el primero proveyó el suelo nutricio en el
cual la última cimentó su raíz, ahora estamos listos
para analizar algunas conexiones entre ambas. No son pocas.
Primero, aunque cada una está anclada en su
propia cosmovisión, ambas comparten un anti-racionalismo que niega
la relevancia de la historia teleológica y afirma la supremacía
del presente.5) Este “irracionalismo
metódico” es, quizás, la base para otros elementos
que conforman los paradigmas de la Postmodernidad y de la Nueva Era.
Segundo, ambas comparten una atracción pseudo-religiosa.
La verdad, siempre tan light, de la Nueva Era es una aliada perfecta
de la ética postmoderna, parafraseando a Lipovetsky, demasiado
“débil”. Esta nueva espiritualidad de nuestro tiempo
ofrece a sus adherentes la seguridad de la religión y la libertad
de la Postmodernidad. La combinación de ambas rechaza todos los
legados del pasado y todos los sistemas normativos de valores. Sin ninguna
pretensión de permanencia, se pierden en todas las culturas, sembrando
la desconfianza hacia cualquier cosa que sea básica y fundamental
para la vida humana. Esta desconfianza es percibida política y
socialmente como una fuerte predominancia del disenso que reemplaza al
“moderno” consenso anterior. Una sociedad gobernada por el disenso
se torna rápidamente caótica e insegura. Si todo vale, entonces
¿qué es lo justo? ¿Qué es lo ético?
¿Cuál es la norma correcta?
En tercer lugar, está el nexo del humanismo
y la religión. La Nueva Era y el Postmodernismo ofrecen una visión
humanística de la verdad y la vida que toma en cuenta cualquier
pensamiento religioso y cultural para lograr una armonía universal.
Mientras que no asimila la orientación cristiana de ver la vida
desde la perspectiva de una gran controversia, buscando un fundamento
más elevado a partir de un estilo de vida basado en la Cruz y la
redención, la Nueva Era no vacila en citar la Biblia y usar sus
ilustraciones; hasta en algunos contextos parece casi cristiana. Tampoco
vacila en tomar conceptos prestados de otras religiones que colaboran
en su búsqueda de atractivos universales y su oferta religiosa
de “paz interior”.
Cuarto, la Nueva Era, funcionando en el mundo de la
Postmodernidad, trabaja incesantemente hacia un consenso cuya base es
distintiva y señaladamente permisiva, cuyos contenidos apuntan
definidamente hacia la divinización de la humanidad, la santidad
de la naturaleza y la supervivencia eterna del alma. Así puede
ser caracterizada como una utopía del presente—una aspiración
que el humanismo moderno no ha logrado, pero que le gustaría hacerlo.
Esta glorificación de lo humano, tan central para la Nueva Era,
completa el círculo iniciado por el naturalismo y el secularismo,
cuyas raíces se hunden en el Renacimiento y el mundo postmedieval.
Quinto, tanto la Postmodernidad como la Nueva Era vagan
entre la herencia agnóstica del ateísmo precedente y el
neopanteísmo místico oriental. Es agnóstica, porque
posee un barniz de tolerancia religiosa que se asienta en la indiferencia
hacia la verdadera experiencia cristiana. Es panteísta, porque
encuentra lo sagrado en la deificación de la humanidad y la naturaleza.
Ambas posturas están entremezcladas, y en esa mezcla mística
los adherentes de la Nueva Era parecen encontrar su satisfacción.
Los valores de la Postmodernidad están anclados
en una inmanencia absoluta. Esta versión postmoderna del agnosticismo
intenta reemplazar el fracaso en el conocimiento de lo divino con una
búsqueda de lo sagrado en la propia interioridad: “Seréis
como Dios”, dijo la serpiente en el jardín del Edén. Postmodernismo y la Nueva Era parecen decir: “Tú eres dios”.
Quienes están enrolados en el movimiento de
la Nueva Era, o simplemente simpatizan con él, objetarán
que, por el contrario, nuestra época está signada por un
retorno a la religiosidad, una religiosidad originaria, superadora de
las formas conocidas, que produce una vuelta del hombre a Dios y a la
naturaleza. No nos engañemos, la Nueva Era no representa novedad
alguna en este mundo, es lisa y llanamente un neopanteísmo, que
condujo al hombre a su autodivinización.
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