Cuando sufrimos, absolutismos un aspecto de la vida: el dolor, esta
realidad distorsionan que indica un mal, unos límites... Siempre que
podemos lo quitamos, si no seríamos masoquistas. Pero ante el dolor
inevitable, es interesante descubrir un sentido positivo, tomar
distancia del momento en el que lo único que se puede es padecer o
compadecer, y entrar en la visión de conjunto que compone el cuadro de
la creación y de la historia: vemos que los que han superado las
dificultades han sobrevivido y progresado. Así, quienes lucharon en el
Nilo ante el agua y se esforzaron en desecar pantanos pudieron crecerse y
crear una civilización floreciente; por el contrario, los que ante un
proceso de desertización fueron a buscar agua a otros lugares más
habitables se quedaron en su rudimentario modo de vivir, esos otros
pueblos no han vivido casi ningún progreso. La adaptación excesiva al
ambiente impide el desarrollo y conlleva el peligro de sucumbir ante un
cambio brusco de éste. De la misma forma, eliminar toda dificultad
conlleva estancarse en una inmadurez, no estar preparado para la lucha
por la vida. Unamuno ve en esa lucha que causa dolor “la sustancia de la
vida y la raíz de la personalidad, sólo sufriendo se es persona… el
dolor es el camino de la conciencia y es por él como los seres vivos
llegan a tener conciencia de sí. Tener conciencia de sí mismo, tener
personalidad, es saber y sentirse distinto de los demás seres: a sentir
esta distinción se llega por el choque; por el dolor más o menos grande,
por la sensación del propio límite. La conciencia de sí mismo no es
sino la conciencia de la propia limitación”. ??Uno de los casos más
paradigmáticos lo vemos en el personaje de Leo Tolstoi en “Guerra y
paz”: Pierre Besochov. Sus cambios internos son sorprendentes: “antes
era tenido por un hombre bueno, pero no feliz. Uno se mantenía,
inconscientemente, a una cierta distancia de él. Sin embargo, ahora
emanaba de su boca una sonrisa llena de la alegría de vivir. En sus ojos
había compenetración con el prójimo y se insinuaba la pregunta: ¿estáis
también tan contentos como yo? Era agradable comunicarse con él. Antes
era muy hablador y podía entusiasmarse a lo largo de una conversación.
Entonces no atendía apenas a las razones de los demás. Ahora, en cambio,
se deja arrastrar raras veces por la discusión y podía de tal modo
escuchar a los demás que uno le abría los secretos más recónditos…
antes, la princesa (Catarina Semjonovna) creía que su mirada contenía
indiferencia y burla, y, como solía hacer con tantos otros, le había
declarado prontamente su hostilidad, que era una de sus múltiples
cualidades. Ahora, por el contrario, sentía que él había penetrado en lo
profundo de su alma, y le descubría, al principio con desconfianza,
después con agradecimiento, el lado bueno y oculto de su carácter”. Y no
fueron los años ni aprendizajes, sino los pesares de la guerra, y las
inclemencias de la cautividad, los que ejercieron tan notable
influencia. En este sentido el dicho popular “no hay mal que por bien no
venga” nos sugiere que todo crecimiento, también toda creatividad
artística o de cualquier otro tipo, pasa por el silencio y el dolor. Le
preguntaron: “¿años perdidos?”, a Alexander Solzhenitsin y su
cautiverio, y respondió: “no, en realidad no perdidos… quizá aquellos
años fueron necesarios… el dolor es esencial para nuestro progreso
espiritual y para nuestro perfeccionamiento interior. El sufrimiento
viene repartido a la humanidad y a cada hombre, en una cantidad
suficiente, para que el hombre pueda sacar utilidad de él, si lo sabe
usar en su crecimiento interior”. Pero “la capacidad de sufrir no es
inmediatamente asequible, sino que tiene que ser conquistada con
esfuerzo de autocreación. Aquí se impone la tarea de forjar la propia
personalidad y es la actitud el resorte que rige a la persona
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